11/4/11

LA MEDITACIÓN EN EL YOGA INTEGRAL I

Isidro Rikarte

Escuela de Yoga Integral www.aurobindointegral.com

Centro Sri Aurobindo de Pamplona

La naturaleza de la mente superficial

Lo que normalmente se denomina meditación se suele referir tanto a la concentración como a la meditación. En el Yoga Integral llamamos concentración a lo que en otras disciplinas se le da el nombre de meditación samata, cuyo objetivo primero y básico es el aquietamiento de la mente.

Pero, ¿cómo y cuál es esta mente que queremos controlar? ¿Por qué todos los yogas o caminos espirituales se han propuesto como punto de partida aquietar la mente?

Es nuestra mente exterior o superficial en la que el ser ordinario vive, que es muy inferior y menos evolucionada que nuestra mente profunda o superior, a la que tendríamos acceso una vez dominada y trascendida aquella. Es divisora, analítica, ya que para comprender la realidad necesita fraccionarla en sus características, rasgos o aspectos, para después, relacionarlos entre sí para formar una unidad siempre precaria bajo la cual aglutinar todas sus percepciones. Es también una mente dependiente de los sentidos físicos a la que le cuesta percibir alguna posibilidad más allá de lo que aquellos le presentan directamente o como consecuencia de las combinaciones y derivaciones de los datos que inicialmente obtuvo a través de ellos, siempre en una abstracción cada vez mayor. En consecuencia está muy ligada a la materia, muy atada todavía a la realidad material física del ser humano y del universo. Puede percibir por arriba estrellas, planetas y galaxias y por debajo desmenuzar la materia hasta el átomo, pero es incapaz de descubrir la Realidad Una que sostiene y abarca todo, desde el átomo a las galaxias, y que es el origen de la Energía incesante que todo lo mueve y dinamiza y, a la vez, todo lo armoniza para que tal movimiento no sea desordenado y autodestructivo. Es la mente de las formas, de las manifestaciones exteriores que no acierta a ver la esencia que hay tras ellas, ni la Unidad existente y sostenedora de tal multiplicidad. Ella nos hace percibirnos separados, porque para ella la forma es lo fundamental y, por ello, la diferencia y multiplicidad de formas es separación insalvable. Y aunque esta mente del ego divisor llega a establecer unidades mayores que aglutinan a las diferentes formas, éstas son sólo una suma o conjunto de formas, pero no una unidad de esencias; o yendo más allá todavía, la mente racional no puede acceder a la Realidad Una, sostenedora y origen de la multiplicidad, que aun expresándose múltiple en las formas, ella misma es indivisible Esencia de todas las esencia y múltiple expresión de todas las formas.

Bueno es ver que esta mente racional o algunos científicos han llegado a la conclusión ya hace alguna década, de que la materia toda es energía, realidad que, por otra parte, es más vieja que los Himalayas para la antigua sabiduría védica. Bueno es también que, tras miles de años de práctica de la meditación, una universidad estadounidense nos acredite los grandes beneficios que ésta aporta a la mente. La razón es reticente a creer aquello que no se puede demostrar y, sin embargo, muchos de sus postulados no dejan de ser hipótesis y teorías hasta la fecha indemostrables, que intentan como pueden salir del agujero en que se encuentra la ciencia para explicar una realidad que intuye pero que se escapa a su posibilidad de descubrimiento, mientras la razón sola y los sentidos en los que se asienta, sean sus únicos instrumentos.

A pesar de todo, la razón y las mentes descreídas han hecho algún favor a la “espiritualidad”, acotando y desenmascarando sus excesos pasados y presentes. Porque si bien es verdad que lo concerniente al espíritu es una realidad que supera la razón y la trasciende, es decir, suprarracional; también es cierto que en el terreno de la espiritualidad se han admitido prácticas que poco tienen que ver con ella y más relacionadas con el esoterismo, lo paranormal y la superchería infrarracional, cuando no simplemente obedientes a un mercadeo espiritual al parecer cada vez más pujante. Así mismo, los corazones henchidos de sentimiento espiritual han caído fácilmente en el exceso irracional, porque sus emociones no estaban suficientemente atemperadas y orientadas por el poder del conocimiento espiritual.

Esta mente exterior que necesitamos subordinar a un conocimiento y consciencia mayores, está sometida a una incesante actividad, a un inagotable flujo de pensamientos, recuerdos, imágenes, proyecciones, etc. que no podemos controlar, porque ni siquiera tenemos conciencia de qué es lo que estamos pensando y, menos aún, del origen de tales pensamientos. Salvo en el caso en el que algún asunto capta nuestro interés o necesitamos resolver alguna cuestión importante, el resto de su actividad –gran parte del total de nuestra ocupación mental- está dominada por al incoherencia, el automatismo, la obsesiva recurrencia de algunos pensamientos, y resulta un continuo despilfarro de energía, por lo que se ha llegado a decir que más que pensar somos pensados por los pensamientos. Es una mente estresada por el constante movimiento que padece y es dispersa porque carece de directriz consciente. Además, sentimos los pensamientos como algo nuestro, como si surgieran dentro de nosotros y nos pertenecieran, cuando en realidad una gran mayoría de ellos suceden por asociaciones peregrinas o estímulos exteriores a nosotros, cuando no de otros planos que se escapan a nuestra consciencia. El creer que los pensamientos de esta mente son algo propio favorece que continuamente nos identifiquemos con ellos, les demos realidad en nosotros, siendo como son, en muchos casos, solamente un espectro mental, algo irreal y externo, cuya única fuerza consiste en el poder que les concedemos al reconocerlos como propios. De la identificación con el pensamiento puede surgir la emoción perturbadora, sea ésta de signo positivo o negativo y, en consecuencia, el desasosiego, el descentramiento y la obsesión en su parte negativa, o la alegría desbordante y el entusiasmo incontrolado en su versión “positiva”. Esta mente exterior nos domina porque logra atraparnos en su dinámica excesiva; vive exclusivamente para atender al estímulo exterior, para canalizar obedientemente las demandas, deseos e impulsos de nuestro vital y de nuestro cuerpo sin apenas ofrecer resistencia y para servir de anfitrión y dar cobertura a nuestra inconsciencia personal y a los movimientos, impactos y energías del mundo y de la inconsciencia universal. Esta mente ha sido definida como un elefante loco o como un caballo purasangre desbocado, con un evidente poder destructivo porque no atiende a una guía consciente más profunda, que haga de ella un instrumento útil y hasta precioso en la búsqueda de la Verdad-Consciencia que se halla precisamente en un plano superior a ella, fuera de su alcance y de su posibilidad.

Esta alocada dinámica de nuestra mente exterior frecuentemente nos atrapa y nos impide atender de forma sosegada y objetiva a los asuntos que en cada momento nos ocupan en el presente. Continuamente nos ata al pasado a través del recuerdo recurrente y del apego a experiencias anteriores, o nos proyecta a un futuro de ensoñaciones del deseo, necesitado de huir de un ahora conflictivo, insuficiente y frustrante. Por todo ello, esta mente nos dispersa, nos exterioriza, hace nuestra actividad poco eficiente y, por su falta de poder consciente y evolución, se subordina fácilmente a los impulsos y deseos de nuestro ego.

Llegados a este punto se comprenderá fácilmente la necesidad que han sentido todas las tradiciones espirituales de aquietarla e imponer en ella un total sosiego y dominio. Pero nuestro propósito sería poco ambicioso si solo pretendiésemos ejercer un control sobre ella con el fin exclusivo de que su actividad racional sea más eficiente, más efectiva la resolución de los problemas a los que nos enfrentamos cotidianamente y más imperativo el gobierno por parte de ella sobre nuestros impulsos e instintos más bajos, aquellos que todavía nos unen excesivamente al animal del que venimos.

Siendo este dominio de la mente un apreciable objetivo y un paso imprescindible hacia una posibilidad evolutiva mayor, no es todo lo que pretendemos con nuestra práctica de concentración-meditación, porque intuimos una realidad profunda y superior más allá de la aparente “realidad” del mundo exterior en el que vivimos; un Principio rector consciente, creador y omnipresente que sustenta con la energía y armonía de su consciencia todas y cada una de las formas, manifestaciones y existencias del cosmos; y en consecuencia, intuimos también un ser humano poseedor implícito, posibilidad y potencia de ese Poder del que un día devino. Intuimos, junto a otros seres que adquirieron tal conocimiento, una Verdad primigenia; una Plenitud que nos llama, incansable, hacia una mayor perfección evolutiva; un deleite, un gozo inseparables de tal plenitud que solo esperan para inundarnos, la ruptura del estrecho caparazón de nuestro egoísmo, la disolución del error y la inconsciencia que nos atan al sufrimiento, que es la expresión de la limitación de nuestras posibilidades evolutivas a las que nos somete nuestra ignorancia. Lo que buscamos a través de la meditación es, en definitiva, encontrar esa Verdad también en nuestro interior y en el cosmos, en la esencia de las cosas y en sus manifestaciones, para conocerla y realizarla en todos los ámbitos de nuestro ser. Por lo tanto, la concentración-meditación es el instrumento que desarrolla nuestras facultades para el conocimiento y realización en nosotros de esa Verdad trascendente.