10/4/11

LA MEDITACIÓN EN EL YOGA INTEGRAL III

Isidro Rikarte

Escuela de Yoga Integral www.aurobindointegral.com

Centro Sri Aurobindo de Pamplona

De la concentración a la meditación

Reproducimos un texto de M. P. Pandit muy ilustrativo sobre esta cuestión: “A medida que la atención focalizada o centralizada en el objeto se va desarrollando, la mente o nuestra consciencia lentamente comienza a identificarse con el objeto mismo. Hay momentos en los que olvidamos que estamos meditando. Esto significa que estamos en los umbrales del estado de samadhi, un estado de trance en el que la consciencia se funde con el objeto de la meditación y adquiere el carácter sustancial de este objeto.

Si estamos pensando, por ejemplo en Dios como Amor, la totalidad de nuestra consciencia es embargada por la vibración de ese Amor; percibimos clara e inequívocamente el Amor de Dios impregnándolo todo. Si nuestra consciencia está focalizada en Dios como Paz e invocamos esta Paz para que descienda y venga hasta nosotros, llegará un día en que esta Paz vendrá y nos invadirá y se asentará en nosotros. Es un sistema erróneo el de tratar de atrapar o agarrar o apoderarse de la Paz o el silencio. Lo que hay que hacer es abrirse al Silencio, abrirse a la Paz para que desciendan, penetren y se instalen en nosotros…[1]

El pensamiento o idea del que nos servimos en nuestra meditación no es el pensamiento discursivo, razonador, sino el pensamiento de una mente contemplativa, en la cual la idea o pensamiento son solo el vehículo o puente que nos permite la identificación y unión con objeto de nuestra contemplación. Esta mente contemplativa, unitiva con el objetivo de su atención, es parte ya de la mente superior que hemos descrito, a la que accedemos una vez acallada, calmada y trascendida, en mayor o menor medida, la mente superficial, por lo que resulta imprescindible haber realizado un trabajo de concentración para el dominio, sumisión y subordinación de aquella a nuestra mente superior y consciente.

El poder de la meditación reside precisamente en la posibilidad que nos ofrece de identificarnos y unirnos con la realidad que contemplamos, y ser finalmente habitados e imbuidos por esa Existencia Trascendente, por el Infinito, la Divinidad… Porque la comprensión, el conocimiento profundo que constituye nuestra consciencia trascendente solo se obtiene por la unión e identificación con quien es el Poseedor de ese Conocimiento, o más bien, con quien Él mismo es puro Conocimiento, Verdad y Consciencia y, así, no habrá modo de conocer la esencia de todas las existencias sin que nuestra mente ascienda y se trascienda hacia esa Realidad y sin que esa Consciencia-Verdad sostenedora de todas las existencias descienda a nuestra mente en respuesta a su aspiración.

Pero es frecuente que nuestra mente ordinaria dude no solo de la existencia de esa Realidad que queremos alcanzar, sino también de sus propias posibilidades de lograrlo. Para salvar estas dificultades tenemos dos poderosas armas: la fe y la confianza.

La fe como reflejo o asiento en nuestra consciencia ordinaria de una Verdad que todavía no se nos ha revelado o como una intuición en nosotros de la existencia de esa Verdad que todavía no podemos comprender. El poder de la fe es determinante tal y como expresa esta frase del Gita: Cualquiera que sea la fe del hombre y la Idea segura (verdadera) que tenga, él deviene (realiza) eso”.

La confianza es la seguridad de que abriéndonos con todo nuestro ser a tal Realidad, habiendo elegido al Infinito como único afán de nuestra vida, el Infinito nos elegirá y descenderá a nosotros no por nuestros méritos sino por su propio poder.

Experiencias en la concentración-meditación

Es un error frecuente meditar con el afán de conseguir experiencias que nos gratifiquen, que certifiquen nuestro progreso o que compensen nuestro esfuerzo. Es evidente que esta pretensión es un movimiento de nuestro ego acostumbrado a obtener correspondencia a su empeño y el resultado que él estima justo y proporcionado a su sacrificio. Esta actitud es, a su vez, una dificultad añadida en la meditación, ya que impide que nuestra apertura sea completa y generosa, que aspira sí, pero con un interés y proyección del ego. Es un mal que afecta a muchas personas a lo largo del camino espiritual y que las hace desistir al cabo de cierto tiempo cuando comprueban que sus expectativas no se cumplen. Además en muchas ocasiones se buscan experiencias “especiales”, aquellas que podrían calificarse como extrasensoriales o paranormales. Y, si bien es verdad que en el proceso de la meditación pueden presentarse experiencias de luz, de sonido, percepciones, etc. no correspondientes a nuestros sentidos físicos, también hay que aclarar que no todas esas experiencias son espirituales, sino que algunas, o muchas de ellas, pertenecen a planos del vital o a energías que poco tienen que ver con la Divinidad, sino son contrarias a Ella.

La experiencia espiritual en meditación debe aportarnos un enriquecimiento o elevación de nuestra consciencia ordinaria hacia la Realidad con la que nos identificamos y a la que queremos acceder, o dicho de otro modo, debe traernos un mayor conocimiento de esa Realidad, la comprensión de la Verdad o de los aspectos de Ésta que necesitamos conocer para progresar, debe procurarnos el descubrimiento de nuestra realidad interior, como medio de realización de lo Superior en nosotros, puesto que nuestra esencia interior es reflejo, delegada y, a la vez, instrumento de la Divinidad en nosotros. Se puede definir como experiencia espiritual toda sensación, percepción o vivencia que nos acerca o nos da referencia del Espíritu en nosotros, a nuestro alrededor y por encima de nosotros.

Es cierto que en meditación pueden presentarse de manera abrupta experiencias genuinas que resultan determinantes y permanecen indelebles en aquel que las ha tenido. Experiencias como el silencio mental expandido más allá de la propia mente que es la experiencia del Brahman (Divino) Silencioso; experiencias de percepción del Infinito, trascendiendo y sosteniendo el propio universo, que suelen estar acompañadas por una inmensidad de luz o por el vasto sonido del Silencio, etc., pero éstas son poco frecuentes y no muchas las personas pueden acceder a ellas. Sin embargo, hay otro tipo de experiencias más accesibles, menos vistosas, pero que nos refieren la posibilidad de realizaciones que serán la base de nuestro progreso: momentos de aquietamiento, calma mental y centramiento; surgimiento en nuestro interior de un testigo capaz de observar con distancia nuestra parte periférica mental, vital y física; percepción de un ámbito interior donde está el alma testigo que mira y una parte periférica donde se sitúa todo lo observado; aumento paulatino de nuestra capacidad de concentración; conexión con aspectos que constituyen nuestra esencia como la calma, la paz, y el gozo interiores y que van descubriéndonos la naturaleza del ser genuino que esta en nosotros, etc.

De la experiencia a la realización

La experiencia es algo suelto, que nos viene en momentos determinados y, si bien la experiencia en sí no es realización, entreabre un puerta para ésta, nos apunta o anuncia una posibilidad de consolidar e integrar la experiencia en nuestro ser, de tal manera que la vivencia puntual llegue a ser permanente.

Si hemos experimentado un momento de poderosa calma mental en nuestra meditación y con el tiempo ésta se convierte en el estado permanente de nuestra mente y podemos vivir nuestra vida ordinaria sin perderla, hemos pasado de la experiencia a la realización, es decir, la calma mental es una realidad consolidada en nosotros. Si hemos tenido un momento de silencio mental -nuestra mente vacía de pensamientos- y este silencio puede ser establecido por nosotros a voluntad, según interese en cada momento, habríamos realizado el silencio mental. Lo mismo sucede cuando hemos podido acceder a alguna percepción del Absoluto, del Infinito y esta Consciencia Trascendente queda en nuestras vidas mediante una presencia del Divino en nosotros.

Pero las realizaciones llegan frecuentemente de manera menos manifiesta, al margen de nuestra percepción y puede ir descendiendo a nosotros la Presencia Divina y tomando nuestra mente, corazón y actos sin haber tenido previamente una experiencia singular de lo Trascendente.

Actitudes en la concentración-meditación

La mente humana, por lo general, sólo aguanta 10 minutos concentrada, aunque con el entrenamiento puede ser mucho mayor este tiempo. Es, por tanto, normal la distracción, después de la cual establecemos otro periodo de concentración, de lo que resultaría en realidad varios ciclos de concentración en una sesión de 30 o 40 minutos.

La postura puede ser cualquiera, excepto la de tumbados porque nos induce al sueño, siempre con la espalda recta, pero sin tensión.

Es bueno acostumbrarnos a meditar a la misma hora y en el mismo lugar, ya que nuestra mente se habitúa mejor al ejercicio y se somete más fácilmente. La disciplina y regularidad en nuestra práctica son importantes, porque hay que hacer entender a esta mente dispersa que esta siendo sometida a un poder, el de nuestra voluntad, mayor que ella.

La concentración-meditación debe ser activa. Esto significa que debe haber en nosotros una determinación de concentración que no cede, o se renueva continuamente en caso de haberse perdido. La actitud pasiva y resignada de admitir cualquier cosa que se nos presente en la meditación no es apropiada. No debe haber desasosiego, ni prisas, ni intento de forzar la experiencia o el descenso de la Fuerza a nosotros. La actitud es activa pero relajada, que tiene confianza en que irá expresando en nosotros aquello que vayamos necesitando en cada momento si perseveramos y si nos abrimos plenamente a la Consciencia, tal y como M. P. Pandit nos sugiere: “El arte de la meditación consiste precisamente en eso, en no querer lograr las cosas por uno mismo y establecer y consolidar un estado en el que permanezcamos abiertos y receptivos , de tal modo que permitamos al Poder superior, a la Consciencia superior tomar posesión de nosotros; tanto si se trata de Dios como poder, o de Dios como Bienaventuranza o Felicidad suprema o de Dios como silencio.[2]

La purificación de nuestro ego y deseo son importantes ya que constituyen la mayor dificultad para contactar con lo Superior. El abandono de nuestro ego o, por lo menos, una clara intención de hacerlo nos permitirá una apertura cada vez mayor. De la misma manera, la propia concentración nos facilitará el poder detectar nuestro ego en todas sus manifestaciones y poder rechazarlo cuando se presente. La purificación es condición para la concentración y la concentración, del mismo modo, es instrumento para la purificación.

Hay autores que proponen la observancia de una serie de preceptos morales antes de iniciar la práctica de meditación. Más adecuada parece la aspiración o determinación sinceras del practicante a erradicar el egoísmo y sus manifestaciones de su vida, que el cumplimiento de preceptos concretos que no son el objetivo directo, sino más bien una de las consecuencias de nuestro yoga, ya que no meditamos o practicamos el yoga para ser éticos, sino para evolucionar hacia una mayor perfección, una de cuyas consecuencias será el comportamiento moral (no siempre de acuerdo con la moral establecida) y no su condición previa.

Pero, del mismo modo hay que advertir, que una degradación moral en el individuo y una psicología altamente inestables le impedirían, en la práctica, el ejercicio efectivo de la meditación. Seguramente es por ello que Sri Aurobindo en su Síntesis del Yoga indica como condiciones previas una mínima purificación moral y psicológica.

[1] La Meditación, sus fundamentos y su proceso. Fundación Centro Sri Aurobindo. Barcelona

[2] La Meditación, sus fundamentos y su proceso. Fundación Centro Sri Aurobindo. Barcelona